El don de fortaleza es aquel que el Espíritu Santo concede al fiel para poder proveerlo de la ayuda necesaria para triunfar en todo lo que es un obstáculo en su perseverancia en la vía recta.
Este don consiste en una fuerza sobrenatural, que le enseña al hombre a resistir y a poder soportar todo lo que se le haría realmente insoportable sin esta valiosa ayuda, ya que esta gracia modera la confianza que el hombre puede tener en sí mismo.
Con este don todo aquello que habitualmente perturba la vida del hombre, como ser, por ejemplo, la enfermedad, la desgracia, la muerte de un ser querido, la falta de alimento o de vivienda, la falta de trabajo, o cualquier otro problema menor pero que de todos modos le provoque un gran dolor o desesperación, es soportado de un modo completamente diferente, ya que los problemas los ve desde otra perspectiva, se los entrega a Jesús y ya no se desespera.
El don de la fortaleza es aquel que dio a los mártires de los primeros siglos la firmeza y la seguridad que desconcertaron a sus verdugos; aquel que permite a las personas consagradas guardar heroicamente su voto de castidad.
El don de fortaleza es esa armadura divina que San Pablo pedía para los cristianos de Efeso (6, 11), a fin de que pudieran "resistir los embates del diablo. Porque nosotros no luchamos contra la carne y la sangre, sino contra los príncipes, contra las Potestades, contra los adalides de estas tinieblas del mundo, contra los espíritus malignos esparcidos por los aires. Por tanto, tomad las armas de Dios, para poder resistir en el día aciago, y sosteneos apercibidos en todo. Estad, pues, a pie firme, ceñidos vuestros lomos con el símbolo de la verdad, revestidos de la coraza de la justicia y calzados los pies, prontos a seguir y predicar el Evangelio de la paz".